Ilustración de Rebecca Mock |
A Martín le gustaba resbalar por el pasamano de la escalera. Esperaba a que no hubiese nadie a la vista y se lanzaba hacia abajo como un rayo por la encerada superficie. La hermana Águeda lo había pillado en más de una ocasión haciéndolo y lo había arrastrado de una oreja hasta el despacho de la madre superiora para recibir su castigo, como si el dichoso tirón de orejas no hubiese sido suficiente. La madre superiora siempre le decía lo mismo:
" Martín, esta manía tuya de tirarte resbalando nos va a traer un disgusto". Y Martín ponía cara de no haber roto un plato, prometía no volverlo a hacer y cumplía el castigo de rodillas en la capilla del asilo.
La mañana en que la hermana Águeda apareció tendida a los pies de la escalera, con la cabeza abierta y la bola de adorno del barandal rota a su lado, todas las miradas se volvieron hacia Martín. Pero no lo encontraron. Al amortajar a la hermana Águeda, apiñada en su mano derecha, hallaron una oreja chiquitita ensangrentada.
Rosa M.
Uy madre mía Rosa, esa oreja en la mano del niño me ha dejado de piedra, no lo esperaba para nada.
ResponderEliminarPara aliviar tanta tensión te contaré que me ha recordado a mi propia madre superiora, la mia también me daba buenas reprimendas, me llamaba al orden porque yo me empeñaba a dejar caer escaleras abajo la mesadiiiiima mochila para no tener que cargar con ella, así era yo... tirana la mochila escaleras abajo y la recuperaba en el último peldaño... me pilló en más de una ocasión... que rollo, me mandaba reflexionar sobre eso.... "no tenía nada que reflexionar, la mochi pesaba muuuuuuucho"-
Mil besos Rosa!!!
La imagen final es el brochazo a un relato con moraleja, infancia, represión y secreto.
ResponderEliminarUn beso.
¡Brillante, Rosa!
ResponderEliminarUn final aplastante, que te deja (cómo no...) boquiabierto.
Me encantó.
¡Saludos!