Fotografía de Jamila Clarke |
Durante años las cartas, sin remitente, aparecen cada día en su buzón. “Buenos días, amor. El sol sale por ti”. Cuando llega de trabajar, se asoma al rectángulo abierto, introduce la llave en la cerradura y toma el sobre entre sus manos. “Hoy te he visto pasar deprisa, parecías preocupada, pero estabas tan hermosa”. Lo acerca a sus labios y lo besa. Entra en casa, deposita la carta sobre la mesita y prepara la comida. “Te he seguido unos momentos con la mirada”. Come deprisa con las noticias de fondo. “Y he creído percibir tu perfume entre la multitud”. En la vieja cafetera prepara café. Lo sirve en una taza de porcelana, lo lleva hasta el salón, recoge la carta y se sienta. “El viento ha arremolinado la falda en tus muslos y esa visión me ha excitado”. Suspira y abre la carta. Da un sorbo al café, negro y amargo, y empieza la lectura. “Hasta mañana, amor”.
Toma papel, bolígrafo y escribe su respuesta. “Como cada día te he buscado entre la gente. Como cada día he creído sentir tu mirada subiendo por mis piernas. Como cada día” . Dobla la hoja, la introduce en el sobre y la guarda junto con todas las demás.
Amiga: tenemos un proyecto para integrar microrrelatos y fotografía. Te dejo el enlace. El objetivo final es la publicación de una antología, pero mejor lo lees en el sitio. Besos
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Precioso. Me acuerdo de esa foto. Besitos Rosa.
ResponderEliminarBonito relato, Rosa. Íntimo.
ResponderEliminarUn beso.
Precioso con un poso de amargura.
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