Gregory Crewdson |
Rompió la tubería y la casa quedó anegada. Todo flotaba por las estancias en un escenario surrealista, dantesco. Una lámpara de pantalla blanca desprendía chispazos todavía anclada al enchufe de la pared; Hamlet ahogaba sus palabras en el líquido elemento mientras se borraba de las tapas del libro el nombre impronunciable del autor; la mantita de arroparse en el sofá tiritaba de frío; el gato de escayola se deshacía lentamente; el reloj de la abuela intentaba subir los faldones de sus patas sin llegar a conseguirlo; el teléfono gorgojeaba y su sonido hacía burbujitas de agua. Y en medio de todo Ofelia, con flores en el pelo, sonreía mientras la muerte, a su alrededor, con botas katiuskas chapoteaba.
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