Atusa con mimo sus tirabuzones dorados. Estira los mínimos calcetines de perlé con puntillitas sobre las diminutas piernas. Se sonríe coqueta y termina de calzarse sus zapatos de claqué. Al dar el primer paso de baile, Shirley Temple oye un chasquido y ve salir el hueso fracturado por su carne pútrida.
Rosa M.
Nunca te resistas al paso del tiempo. Él va a la suya, y nunca será la tuya.
ResponderEliminarJoé, Rosa, quien te ha visto y quien te ve...
Otro más.
Gracias Miguelángel!!! Espero que el quién me ve, sea por mejoría...
EliminarBesazo desde el aire
Uffss duele. En ambas dimensiones.
ResponderEliminarGracias Miguel Ángel.
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Qué golpe ese hueso roto de esa estrella, niña siempre para muchos.
ResponderEliminarUn beso.
Somos así de egoístas, no la dejamos crecer...
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¿Ha sido dentro o fuera del ataud?
ResponderEliminarSaludos
Tú que crees?...
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Los sueños a veces se alargan demasiado.
ResponderEliminarSaludos
Para algunos, sí...
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Bailando hasta en la eternidad. Besos
ResponderEliminarAlgunos ni muertos pueden descansar...
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Macabro... Me encantó.
ResponderEliminar¡Saludos!
Muchas gracias, Juan.
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Excelente, querida Rosa.
ResponderEliminarUffffff!!! Gracias Raul!!!
EliminarBesos y abrazo desde el aire
Rosa, está crudo el cuento. Siempre vemos a la niña, esa es nuestra imagen de Shirley. Pero nunca la imaginamos ya entrada en años. Muy buena historia.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias Eskimal.
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