Intuía su llegada sólo con mirar a mi madre. La sangre le volvía a recircular a velocidad normal y se sacudía el cansancio pasando a una actividad frenética. Abría de par en par puertas y ventanas haciendo limpieza. La casa resplandecía al igual que ella.
Desde entonces todos los días se vestía, se arreglaba primorosamente y se sentaba en el porche a esperar.
Apuraba las horas con largas y profundas caladas mientras sorbía su inagotable café. Yo me sentaba a su lado, sin decir palabra, mientras esperábamos ansiosas.
Una tarde se escuchó a lo lejos el sonido de su moto. Podría distinguirlo de entre un millón. ¡Era él! Me levanté de un salto y pude ver cómo una fría lágrima de deseo se suicidaba en el rostro de mi madre.
Aparcó en la entrada, bajó de la moto y sonrió. Una sonrisa que iluminaba la calle. Le miré con la boca abierta. No quería tener esa expresión de bobalicona pero no lo podía evitar. Se dirigió a mí con un “estás más alta” y me desordenó el pelo. Sin más subió en brazos a mi madre y desaparecieron por la puerta.
Quedé allí de pie, saboreando ese pequeño triunfo y fui corriendo a la puerta de la cocina donde mi madre marcaba los progresos en cuestiones de altura. Me medí y constaté que era verdad, estaba más alta.
De la habitación de mi madre surgieron risas, gemidos y susurros que no comprendía. Me daban ganas de entrar y compartir sus juegos pero sabía que no debía hacerlo. ¡Mami se habría enfadado mucho conmigo!
Volví a salir al porche para no escucharlos, pero no lo conseguía, se filtraban entre las paredes martilleándome los oídos.
Cogí el libro, lo había comprado el domingo al salir de misa y todavía no lo había terminado de leer. No me concentraba en las palabras y me molestó no poder distanciarme lo suficiente para disfrutar de la lectura. Lo tiré con rabia encima de la mesa y me dirigí hasta la moto.
Sabía que no debía subirme en ella, que a él no le gustaba, pero decidí desafiarle, sobre todo porque no se enteraría, estaba demasiado ocupado con mi madre.
Fue una sensación increíble sentarme en su moto. Verme reflejada en los pulidos cromados, sentir el cuero entre mis muslos. Como si le robase algo íntimo, un momento que atesoré para mí, para siempre.
Perdí los minutos allí subida. O quizá fueron horas. Viajé por el mundo sin salir del jardín. Cuando quise darme cuenta él estaba de pie, mirándome desde el porche mientras se tomaba una cerveza. Me puse colorada y, al intentar bajar
deprisa de la moto, me caí. Él estalló en una sonora carcajada y vino hacia mí.
—Te gusta ¿eh? —me preguntó entre risas.
Con un mohín de enfado le contesté que no, que era un cacharro estúpido. Él soltó otra carcajada, se montó en la moto y me invitó a subir. Yo me hice la dura pero, ante una invitación tan estupenda y pensando que no se volvería a repetir, monté tras él agarrándome fuertemente, sintiendo toda su virilidad a través de las yemas de mis dedos. Me estremecí.
Corrimos como el viento y llegamos a la playa.
—Ven, vamos a darnos un baño —me dijo.
A mí me daba vergüenza, no llevaba bañador y no quería que viese mi cuerpo desgarbado, de mujer a medio hacer.
—¿A qué esperas? —volvió a repetir mientras se zambullía entre las olas.
No me bañé. Me senté en la arena, con las rodillas entre los brazos, viéndole aparecer y desaparecer entre las olas. Cuando salió del mar, parecía Apolo con el sol a su espalda.
Se sentó a mi lado, muy cerca. Notaba su cuerpo húmedo y se me erizó la piel. De un brinco me separé de él. Rió y me miró con sus penetrantes ojos, mientras prendía un cigarrillo. Cuando volvimos a casa mi madre estaba sentada en el porche enfadada. Él lo arreglaba todo con una sonrisa, y una caricia bastó para devolverle a mi madre la suya.
Cenamos en silencio y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente, la moto no estaba en la entrada. Y a mi madre se le volvió a acumular el cansancio en la espalda y el polvo en los ojos, como a los viejos muebles que ocupaban la casa.
Mi cuerpo fue cambiando al igual que las miradas que mi madre me devolvía. Y debí cambiar mucho, y, para bien. El dueño de la tienda se levantaba las gafas cada vez que iba a comprar el pan. El profesor de matemáticas me miraba de soslayo y me hacía salir al encerado más de lo normal. Los compañeros de clase me perseguían por la calle y para encontrarse conmigo a la salida de misa. Las chicas se volvían cuando yo pasaba. No me importaba, yo sólo esperaba la señal y el sonido de su moto.
Pasaron dos veranos interminables en los que no apareció. Tampoco le pregunté a mi madre por él. Me lo guardé para mí, la eterna espera, que me hizo pensar que terminaría pareciéndome a ella. Apagada como una bombilla hasta que él no enciendiera el interruptor.
Una tarde fría de noviembre, al regresar de clase, la moto estaba allí, en la entrada. El calor del verano inundó mi cuerpo y corrí hacia la puerta. No había risas, ni gemidos, ni susurros, sólo lágrimas. Un hombre al que no conocía, grande y serio, consolaba a mi madre.
Encima de la mesa una carta. La cogí. Mi madre no dejó de llorar, ni me miró.
La carta solo eran cuatro letras: una última voluntad, la suya.
Me dejaba la moto a mí.
Rosa M.
Si has llegado hasta el final, gracias por leer mi primer relato.
Si todos son con la calidad que tiene éste, un día los compraré en una librería.
ResponderEliminar¿Sabes qué me has emocionado, Alena?... Pues eso, que mil gracias.
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Excelente!!!!
ResponderEliminarAbrazo
Gracias Lapislázuli.
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Estupendo relato Rosa. ;) Llegué hasta el final casi sin respitar.
ResponderEliminarABrazos.
Jo, quise poner sin respirar. Jajaja uy...
EliminarRespira Yashira... Gracias, gracias, gracias.
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Demuestras, una vez más, un talento para el sentido y la voz narrativa.Una historia sencilla con tu aire lírtico. Desde la primera línea nos transformas en un recuerdo de inocencia y crecimiento, y con los ojos de la niña vemos la esperanza de la madre, el simbolismo de la moto y el cambio de risas tras la puerta a llantos tras la carta.
ResponderEliminarNo es tu primer relato aunque digas que sí (una historia de cinco líneas también puede serlo): es un muy buen relato.
Un beso.
Ainssss gracias CDG. Me refería a la extensión, no suelo escribir en largo, las historias se me acortan y si me descuido, casi se desvanecen.
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Prodigioso dominio del tempo, asociado al crescendo emotivo que se va intuyendo. Magnífico. Solamente un pequeño detalle, si me permites. Se podría perfeccionar la puntuación. En especial, el uso de las comas.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias Amando, revisaré el texto a ver si puedo mejorarlo, las comas me traen por el camino de la amargura...
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Muy buen relato, Rosa. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Sara.
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Te has estrenado con esto de los relatos muy bien, me ha ENCANTADO!!!!
ResponderEliminarVaya final, que momento, al perecer ella no lo olvidó pero él la tuvo de igual forma en su mente hasta el último momento.
WOW...
Espero que te animes a compartir esta nueva faceta de relatista Rosa.
Mil besos :)
Las historias me encuentran a mí Doña M, y normalmente son cortitas...
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Muy bueno. Un texto que crea ese ambiente expectante hasta el final. Cada palabra tiene su sitio y su misión: atraer el interés del lector y retenerlo. Me quedo con las ganas de leer más.
ResponderEliminarPilar
Gracias Pilar, es un gusto saber que te ha gustado. ;)
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Me ha gustado, y no precisamente, poco
ResponderEliminarGracias Amando, espero que sea "mucho"
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¡Qué buen relato, Rosa! Equilibrado, limpio, con imágenes claras... ¿El primero? ¡Enhorabuena! Menos mal que, dentro de mi desorden lector, caí por aquí. Volveré a por más.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
¡¡¡Gracias Susana!!! Es el primero de una extensión más larga, siempre tiendo a lo breve.
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Hola Rosa, pues se llega al final sin darse cuenta, es muy ameno y visual. El título ya predispone al lector.
ResponderEliminarGracias por el relato. Besos
Gracias a ti Arte por pasar leer y dejar tus amables palabras.
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Rosa, Rosa, me metí tanto en tu relato que me quedó un nudo en la garganta, y el recuerdo de la moto de mi padre en el jardín, detrás de los ojos...
ResponderEliminarMuy hermoso
Besos
Ivo
Gracias Novia por compartir conmigo tu recuerdo, me alegra que mi relato te llevara hasta él.
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