Madre me enseñó muchas cosas de las importantes
-pensaba ella- a zurcir sábanas y calcetines, a lavar a mano la ropa delicada, a planchar con destreza cuellos, puños y faldones de camisas para dejarlas perfectas y por supuesto a cocinar. Soy famosa por mis guisos. Pero madre se calló lo que realmente importa. Se calló cómo debe una desayunarse las lágrimas, cómo hacer que después de tragadas, deglutidas y excretadas, aparezca de nuevo una sonrisa en los labios y fingir siempre fingir, ahora sé que madre era una experta, que nunca, nunca, pasa nada.
Rosa M.
A fingir se aprende solito, lamentablemente.
ResponderEliminarMuy bueno, Rosa.
Un abrazo.
A veces no nos enseñan a dar un portazo, y eso sí que es útil.
ResponderEliminarUn saludo
JM
Muy verdadero. Besos
ResponderEliminarNo me gusta que nadie finja, casi siempre se nota.
ResponderEliminarBesos
Jo, Rosa, qué triste. Yo no sé fingir, y doy gracias.
ResponderEliminarBesossss
Eso no lo puede enseñar una madre, lo enseña la vida.
ResponderEliminarLa discreción, es una virtud de las madres. Pero tragarse las lágrimas, solo acarrea sufrimiento y casi nunca merece la pena.
ResponderEliminarLa foto muy buena. Es a orillas del Danubio en Budapest. Besos
Eso es algo que ninguna madre debería haber aprendido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eso se aprende observando. Mi madre me enseñó muchas de esas cosas. Y cantaba cuando sufría. Era una excelente soprano.
ResponderEliminarTriste pero real Rosita querida
permiso me lo llevo...
ResponderEliminarGracias C. Rosío. Me puedes decir dónde?
EliminarBesos desde el aire