Para D.
Rous andaba siempre de nubes. Era su estado natural. La mayor parte de las veces se veían revolotear, blancas y algodonosas, alrededor de su cabeza. Otras, presagiaban tormentas y los rayos y los truenos atravesaban sus ojos volviéndolos violetas. De vez en cuando, una lluvia fina y caliente le resbalaba por las mejillas, dejando caminitos húmedos hasta su boca. Pero lo mejor de todo pasaba en los días despejados: en ésos veía su sonrisa y el sol conseguía hacerla brillar. Y a mí me gustaban esos días, tanto, que soplaba y soplaba para despejar las nubes.
Rosa M.
Tiene este cuento todos los sabores.
ResponderEliminar¡Cuánto tiempo sin venir por aquí!
Volviendo poco a poco.¡ Sopla, Rosa, sopla!
Besicos
Me alegra verte de nuevo, Cabopá.
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Estamos todos un poco como Rous pero sin la belleza de tu texto... claro. Besos
ResponderEliminarGracias, José Luis. Me sonrojo...
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¡Qué bien colocadas tus palabras! ¡Cuánta inspiración!
ResponderEliminarDías tontuelos, Dolores. Gracias!!!
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A mi los cielos demasiado despejados me dan mal rollo, demasiado artificiales. Un texto muy hermoso.
ResponderEliminarYa sabes que lo mío son las nubes, Miguel Ángel... Gracias!!!
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Hoy parece que hemos coincidido, Rosa. Nuestras protagonistas se pasean felices por las nubes.
ResponderEliminarTe ha quedado precioso.
Un abrazo.
Muchas gracias, Sara. Voy a pasear por tus nubes.
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Si es que somos agua, la tuya revoltosa, en forma de vapor.
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Jajaja, sólo un poquito, Miguel.
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La primera frase ya me ha vuelto loca "andaba siempre de nubes" Me encanta leerte Rosa, tu universo literario es mi fascinación. Cuando tardas en escribrir te echo tanto de menos. ;)
ResponderEliminarBss!!
;)
Jooo, gracias, Doña M!!! Eres un sol.
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Yo prefiero los días nulos, hay demasiado sol por aquí.
ResponderEliminarUn abrazo!
El sol es necesario. Aunque no las veas, las sombras están al acecho.
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