Colgaban chupiteles de los muebles del salón. Y en el pasillo una pista de patinaje sobre hielo hacia difícil llevar la taza de café sin que se derramase una gota. En el baño, los pingüinos se hacían el amor, y era imposible mirarse en el espejo escarchado. Lo más divertido de todo era meterse en aquella cama. Un enorme oso polar afilaba sus garras en el cabecero.
Rosa M.
Tú también tienes un oso, Rosa. Cuídalo que luego hibernan y desaparecen para siempre.
ResponderEliminarBesos al vuelo
Que buenos los chupiteles, dan ganas de de dejar la lengua pegada en uno, je je. Y cuida del oso, en invierno somos muy calentitos, je je.
ResponderEliminarBesos escarchados al aire.
Una casa para no perder la atención. Besos
ResponderEliminarEste relato me ha dado que pensar. ¿En cuantas casas hay este frío polar? y ¿en cuantas camas hay un oso polar afilándose las uñas? Seguro que no hay que ir muy lejos. Lástima que no sepan o no puedan encender una cerilla.
ResponderEliminarBesos
Frío en nosotros mismos.
ResponderEliminarCuidado.
Un beso.
Por muy simpático que sea ese oso... no lo veo, las garras el frío...
ResponderEliminarNo, no lo veo nada divertido. Por eso admiro el sentido de humor y lo bien que aparentemente lo lleva la protagonista.
Un beso, calentito