Usábamos los brazos deshojados de los árboles para lanzarnos de un pueblo a otro. Lo malo eran los aterrizajes. Si no se apuntaba bien, uno podía quedar enganchado en una nube y no caer hasta la siguiente tormenta. A veces éramos tantos, que llovíamos del cielo como las ranas tras un tornado.
Rosa M.
Es que en tu pueblo sois muy brutos, perdona que te lo diga. Brutos y originales, en el mío ni siquiera llueve.
ResponderEliminarUn abrazo gordo
Quijotes.
ResponderEliminarSiempre.
Un beso.
Me ha gustado, muy bonito.
ResponderEliminarSiempre mejor engancharse en una nube que estamparse contra la torre del campanario.
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