Se miran a los ojos y se reconocen. Se sienten atraídos, como las polillas hacia la luz, aunque saben que les quemará y les costará la vida. Lucía nunca había tenido suerte en el amor y, en cada nueva relación, se había acercado más y más al borde del abismo. Tan cerca estaba que, cuando su mirada se cruzó con la de Víctor, sabía que terminaría en el fondo. Aquellos ojos verdes, esquivos, la atraparon. A Víctor le sucedió algo similar: la deseó desde el primer momento. Deseó beber de Lucía, de sus ojos, de sus labios, de su ombligo. Beberla entera hasta la última gota. Unas copas después, se comieron en el asiento trasero del R5 de Víctor. De allí pasaron al ascensor de casa de Lucía, al sofá, a la ducha, a la cama, a la encimera de la cocina mientras se hacía el café que no tomaron, que se derramó por el fuego, apagando la llama y dejando que el gas inundara toda la casa.
quedándose fritos en posición adorable
ResponderEliminarMe quemé.
ResponderEliminar);-P
Besos al aire (y apaga el gas, anda)
Donde esté una vitro, aunque entonces habría que tener cuidado a la hora de gestionar lo de "la encimera de la cocina". Pero donde esté una vitro.
ResponderEliminarMira que lo decías desde el título, pero aun así me ha fastidiado el final, con lo bien que iban
Ah, qué bueno. Besos
ResponderEliminarMuy bueno, Rosa.
ResponderEliminarSaludos.
Estupendo. Explosivo.
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